Por Roberto Musso, presidente de Digevo Group
La irrupción digital provocó un impacto profundo en todo nivel: en la forma cómo trabajamos, cómo aprendemos, nos relacionamos, nos entretenemos o nos informamos. Sin embargo, este fenómeno ya es parte del pasado.
Según Singularity University, en 2025, con USD $ 1.000 podremos comprar un computador que opere a la velocidad del cerebro humano. Parece algo increíble y lejano, pero casi sin darnos cuenta ya vivimos muchas formas de la evolución y el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA). Cuando Amazon nos recomienda un libro se basa en IA (o específicamente en Machine Learning). También Google cuando nos muestra un aviso como resultado de una búsqueda. Cuando el banco nos protege de un fraude con nuestra tarjeta de crédito o cuando recibimos ofertas del retail, es también un algoritmo el que habla. La Inteligencia Artificial ya está entre nosotros.
John McCarthy en 1955 definió la IA como “la capacidad de construir máquinas inteligentes”, es decir agentes capaces de aprender de su entorno y tomar decisiones que maximicen sus posibilidades de éxito en lo que se requiera. Estas máquinas son capaces de funcionar sin la intervención de humanos. De hecho, una de las áreas más importantes de IA, la de “Machine Learning”, permitirá que los computadores no requieran de ser programados para aprender. Bastará con que nutramos a algoritmos especiales con muchos datos, la famosa “big data”, para que las máquinas aprendan solas a partir de ellos, sin intervención humana.
¿Llegará el día en que estos agentes programen a otros agentes o se auto programen? Sin duda
Mucho se ha especulado sobre un futuro en el que las máquinas pudieran lograr autonomía, o hasta prescindir totalmente del ser humano para realizar tareas básicas, llegando a sustituirnos en ocupaciones de baja complejidad, como choferes, operadores de call center o incluso algunos tipos de abogados. En el 2016, las máquinas ya comienzan a aprender de la data, del comportamiento humano y de sus errores para tomar decisiones. Paulatinamente, su forma de vincularse con nuestra realidad se acerca cada vez más a la manera en la que nuestros niños aprenden del mundo, sin necesidad de ser programados.
Alan Turing, uno de los padres de la computación actual, propuso un experimento para determinar el nivel de inteligencia de una máquina. Puso un computador en una pieza y a una persona en otra. Un tercer sujeto, que ignoraba quién estaba en cada cuarto, realizaría preguntas y recibiría las respuestas indistintamente por parte de la persona o de la máquina a través de un teletipo. Si el encuestador no podía distinguir quién estaba contestando, se habría conseguido una máquina realmente inteligente. Hoy, el test de Turing ya fue superado con creces por las máquinas.
Si bien a los seres humanos no nos faltan razones para temer al progreso de las máquinas, como a cualquier tecnología avanzada, a la IA podemos darle buenos y malos usos. Del mismo modo en que la industrialización nos liberó de las limitaciones físicas propias del hombre, a través de la IA podremos dejar atrás los limites de nuestros cerebros humanos, para complementarlos con capacidades de procesamiento en enormes volúmenes, a altísima velocidad y muy prolijos. Los computadores no se cansan, no se aburren ni se olvidan. Un doctor no puede conocer al detalle el inmenso cúmulo de investigación que cada año surge en un área. Un computador sí. Un abogado no puede saber de memoria cada juicio que generó jurisprudencia. Una máquina puede. No hemos logrado aún hallar la cura para el cáncer porque actúan demasiadas variables y cambian todo el tiempo. Probablemente hombres y máquinas trabajando juntos podrán lograrlo. Ambos colaborando serán muy poderosos.
Pero, si ya parece intolerable que una máquina nos quite el empleo, ¿qué decidirá un computador ante el dilema de sacrificar a uno u otro conductor ante un choque inminente? Llegado el momento en que los algoritmos, a través de autoescribirse y perfeccionarse a velocidad altísima, alcancen la superinteligencia (la “singularidad”), ¿decidirán prescindir de los humanos obsoletos y limitados? Depende de nosotros.
Para lograr que la Inteligencia Artificial esté al servicio del hombre y no perder el control sobre ella, deberemos primero establecer normas para su uso correcto (como sugirió alguna vez Isaac Asimov). A lo mejor tenemos que empezar ahora a conversar sobre el tema en Chile, para que no nos pase de nuevo que otros países decidan por nosotros. A lo mejor todavía no es tarde para elegir la ruta correcta y prevenir errores. A lo mejor la propia IA pueda ayudarnos en la tarea de dotarla de capacidades éticas, morales y de respeto por el hombre. Por todos los hombres. A lo mejor, con lo veloz de su desarrollo, en el futuro puedan las máquinas también enseñarnos a nosotros algo de humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario